Y de repente la noticia. Los telediarios y periódicos de todo el mundo alzan la voz y nos
recuerdan que Somalia se está muriendo. Niños, moscas, madres con pecho flácido nos invaden. Parece que esas imágenes ayer no estaban, pero hoy sí, como la voz de las tormentas. Y ahí vemos miles de rostros hundidos en la hambruna más feroz, dicen, de los últimos sesenta años en ese país. ¿Cómo es posible que de un día para otro se nos informe de esa terrible sequía? Esa es mi primera cuestión y mi primer culpable: los medios de comunicación.
Como señala Andrew Harding “la ONU puede producir documentos detallados e interminables sobre la hambruna, pero los políticos que toman las grandes decisiones solo reaccionan cuando la ven en la televisión o en la portada de los diarios.”
recuerdan que Somalia se está muriendo. Niños, moscas, madres con pecho flácido nos invaden. Parece que esas imágenes ayer no estaban, pero hoy sí, como la voz de las tormentas. Y ahí vemos miles de rostros hundidos en la hambruna más feroz, dicen, de los últimos sesenta años en ese país. ¿Cómo es posible que de un día para otro se nos informe de esa terrible sequía? Esa es mi primera cuestión y mi primer culpable: los medios de comunicación.
Como señala Andrew Harding “la ONU puede producir documentos detallados e interminables sobre la hambruna, pero los políticos que toman las grandes decisiones solo reaccionan cuando la ven en la televisión o en la portada de los diarios.”
Y es cierto. Parece ser que solo se reacciona cuando contemplamos las imágenes aludidas. Terrible. El círculo vicioso que atrapa. Sabemos que ha existido -porque ya lo vimos, bien fuera Etiopía, Somalia, o el norte de Argentina,- y que ahora, por un instante en los medios de comunicación, existe. Existirá. Pero entre el antes y el después, ¿qué pasa? ¿Qué es de esas poblaciones sin acceso a la vida? Repasen ya los periódicos principales desde que saltó la noticia de la hambruna de Somalia. Una vez transcurridos dos o tres día de impacto, de nuevo la calma. Ya no es titular. Ya lo hemos visto. ¿Para qué ahondar más en la maraña de moscas y niños desfallecidos?
Andrew Harding atribuye diez culpables de esta hambruna somalí:
1. Estados Unidos: “Al gobierno de Washington sólo le interesa Somalia en relación con la llamada guerra contra el terror, la piratería y el petróleo, según afirman muchos.”
2. Programa Mundial de Alimentos de la ONU: han tenido problemas para poder acceder a los territorios del hambre con Al-Shabab. Dependen, en gran parte, de la financiación de los Estados Unidos.
3. El Gobierno Federal de Transición de Somalia.
4. Al-Shabab. Es un grupo extremista musulmán de Somalia, ligado a Al Qaeda. Han asesinado a trabajadores humanitarios y han cerrado puertas a la ayuda venida del exterior.
5. La hambruna y nuestra obsesión con ella: se actúa cuando ya es demasiado tarde.
6. Los medios de comunicación.
7. Kenia: Se toma como ejemplo de lo que podría haberse hecho, por los medios dotados, y no se hizo. Si es así en Kenia, ¿para qué dotar de recursos a otro país como Somalia? Esto es, política por comparación: “muestra lo que puede hacerse y lo que no se ha hecho.”
8. El resto del mundo: “Medio Oriente, China y muchos otros países también lo han ignorado.”
9. El cambio climático.
10. El aumento de población.
Me ha resultado muy interesante este artículo que ha aparecido en la BBC por distintos motivos. Lo primero porque vincula la conciencia de todos los seres que habitamos este planeta ante un hecho que es de todos, por más que los que lean este escrito no tengan/tengamos el aguijón ni el dolor del hambre en el estómago. Pero lo que me ha llamado poderosamente la atención ha sido leer cómo el periodista arroja piedras sobre su propio tejado, y culpabiliza a los medios de comunicación como uno de los aliados de los hombres poderosos que sí podrían paliar este horror en la Tierra.
Estos seres humanos hoy se mueren y ayer también lo hicieron. En la mano serena de la ama de casa, en el pulso del escritor, en la voz trémula del abuelo o en la instantánea del fotógrafo, no está sino una pequeñísima parte de la solución. Concienciados, en la era digital, estamos todos; eso no es ningún mérito. Imágenes las hay por doquier y palabras de consuelo también. Me pregunto si será una condición inherente al Hombre actual saberse conocedor de esa tragedia y pasar sin más a ver los deportes sentados en nuestro cómodo sofá. Me pregunto si seguimos y seguiremos, en ese círculo infinito, anclados en las palabras que abren el estupendo libro de Eduardo Galeano Las venas abiertas de América latina: “La división internacional del trabajo consiste en que unos países se especializan en ganar y otros en perder.”
¿Cuál es el intersticio que hace a los poderosos quedarse pausados y esperar a que se infiltre en nuestras casas la pestilencia de la muerte? Seguro que estas palabras las hemos pensado todos los que precisamente no podemos hacer nada. Ojalá haya alguien que pueda sembrar espigas de esperanza. Ojalá que no haya países especializados en perderlo siempre todo. Perdonen mi incredulidad ante mis propias palabras.
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