jueves, 7 de julio de 2011

Niños del monte

   U na necesidad básica e imperiosa de todas las personas es la de comunicarnos, la de establecer lazos afectivos y decir que estamos ahí, que compartimos una información y que nos acordamos de los otros. Desde la implantación de Internet en nuestras vidas y culturas se ha dado un giro copernicano en este menester aludido. Cada día llegan a nuestros correos electrónicos e-mails llenos de buenas intenciones con el afán de entretenernos o enseñarnos algo. Muchos de esos correos no vale la pena ni abrirlos, porque son majaderías o ñoñerías que lo único que hacen es ayudarte a perder el tiempo. Pero, en ocasiones, nos encontramos con una joyita que brilla en la pantalla de nuestro ordenador como brilla la lluvia en los pastos de la tierra. No hace mucho tiempo me enviaron un correo con un enlace al pantagruélico YouTube que me dejó pensativo y que me ayudó a entender más la azarosa vida de los libros, objeto de mis tres anteriores escritos. Este enlace se titula Biblioburros; precioso neologismo, necesario allí donde no hay otro modo de acceder a la lectura. En el vídeo nos encontramos con cuatro protagonistas: Luis Soriano Borges, su madre Carmenza Bohórquez, Beto y Alfa, estos dos últimos los tiernos burros que son parte esencial de la magia de aquella zona de Colombia. Si nosotros tenemos bibliotecas, librerías o Internet para acceder al preciado manjar de la lectura, ellos tienen, en aquella selva alejada, las ocho patitas de dos burros pacientes y serenos. Ocho patitas que les abren, a los niños de aquella remota zona del planeta, nuevos universos a través de las palabras.

     Luis Soriano Borges es un Domador de versos, un Quijote actual que se ha empeñado en hacer llegar libros a ese rincón del mundo: "Debemos llevar cuentos a los niños, porque si ellos no tienen biblioteca hay que inventar una" -nos cuenta Luis con su acento tan puro y bonito. Me gusta mucho que utilice el verbo "inventar", que yo traduciría con miles de sinónimos en este contexto: inventar es fantasear, crear, jugar, sobrevivir o subsistir. Luis se inventa una forma tan dulce de acercar los libros a esos niños que me emociona. También nos dice que "esos niños del monte no han ido a una biblioteca, hay que llevársela allá." Quijote, Sancho, Sancho, Quijote y sus rocines Alfa y Beto les llevan libros a todos los niños de las veredas. Esos niños que, en palabras de Luis, "están atravesados por una situación de violencia berraca aquí, -¿oíste?- Son niños que vieron gente ahorcada, gente muerta, mutilados... Son niños que de una u otra forma se quedan mudos porque creen que todavía se están escondiendo."

                                              
    No creo que existan palabras más puras y exactas para hablar de la soledad y el terror de esos niños que crecen al amparo del campo. Por momentos, esos niños son capaces de cerrar los ojos y soñar y jugar a ser una fantasía del destino. No encuentro una didáctica mejor ni más redentora que la evasión de soñar. La madre de Luis, doña Carmenza, una mujer entera, serena, nos dice que su hijo sacó esa idea de la mente, sin más explicaciones, rotunda, plácida, orgullosa de su hijo: "Él se perdía de la casa y se le encontraba en la biblioteca, -¿me entiendes?-, y eso le agradaba a él. Y él se fue con su mente hasta allá."

     Lo que el maestro Luis pretende con la ayuda de Alfa y Beto es cambiarles la vaina a los peladitos. Y continúa comentando unas ideas maravillosas que fulminan de un golpe seco todas las buenas intenciones de las vapuleadas leyes educativas de nuestro país: "Esto es un trabajo para largo plazo, donde vamos a cultivar colombianos con mentalidad crítica, con mentalidad constructiva y con mucha imaginación." Esa tríada de mentalidad crítica, constructiva y mucha imaginación son los pilares que todo sistema educativo habría de no solo contemplar (siempre digo que el papel lo soporta todo -refiriéndome a las leyes educativas-) sino llevar a la práctica con sentido común y vocación. ¿No es acaso uno de los fallos de la eduación en nuestro país? En numerosas ocasiones a los alumnos hoy día no se les enseña de ese modo, sino un recital memorístico de fórmulas, fechas, datos y terminologías asfixiantes para nuestros adolescentes. Se olvida enseñarles a pensar y a fantasear por sí mismos, de ahí que los niños o adolescentes, en su gran mayoría, se aburran y detesten las clases. Vivimos en un país en el que no se construye, no se piensa de una forma autocrítica y mucho menos se realza la fantasía e imaginación. ¡Qué triste! Los niños, todos los niños del mundo, deberían - y uso palabras textuales del maestro Luis- teñir el mundo del color que les dé la gana.

     Cuando los niños del monte colombiano poseen esos libros y los platican se ríen abiertamente y ya no se esconden detrás de un árbol, vencen, así, el miedo a vivir. Entonces viven en un palacio.  Gracias a todos los maestros que, como Luis, cambian la vaina a los peladitos. Y colorín colorado esta historia se ha terminado.

            Burros espigadores
      Debemos llevar cuentos a los niños, porque si ellos no tienen biblioteca hay que inventar una.

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