Desconfío de las personas que creen saberlo todo. Desconfío de esa clase de personas que, con la rotundidad de un científico, sientan cátedra en aquellas conversaciones que mantenemos. ¡Qué pavor! Me producen desasosiego. Se hable de lo que se hable, sea trivial o intelectual, parecen tener el don de una inteligencia y conocimientos superiores. Pacientes que se creen médicos, enfermeros, alumnos que son expertos en cada asignatura y porfían al profesor constantemente, gente que sabe de crítica literaria cuando apenas ha leído un libro completo, personas que tienen la clave para nunca vacilar ante una falta de ortografía, gente que es experta en ingeniería de minas o en paisajismo o urbanismo. Míralos, que seguros están en sus afirmaciones contundentes. Tú te vas quedando pasmado ante tanto caudal y derroche de conocimientos y poco a poco te vas callando y haciendo pequeñito porque, ¿para qué decir nada? ¿Para qué señalarles que quizás en esa materia sepas algo más porque llevas diez mil horas de estudio en el tema que ha salido a colación? Pero puede ser incluso peor: aquellas personas que se jactan de tener un título universitario y se aprovechan de ello con aquellos que tuvieron la mala suerte de no poder estudiar, porque se tuvieron que quedar al amparo del campo, del cuidado de los hijos o de los embistes del mar.
Ante tanto escozor vale la pena enmudecer y dejarles que se sientan bien en su reino de la omnipotencia. Enmudecer pero hasta un punto, claro está. ¡Cómo me gustan en este punto las nuevas tecnologías! Que tienes una discusión que no llega a ningún puerto después de una cena, pues sacas tu ordenador y en un plis plas te metes en Google, por ejemplo, y puedes callar la boca al más resabiado en un instante. Aún así, en muchas ocasiones, este seguirá buscando argumentos para justificar su equívoco o gran metedura de pata. A veces tienen la boca tan grande que les reabsorbe el sentido del pundonor y del decoro. El niño quiere tener la razón y cree saber que eso es lo correcto, el adolescente ni te cuento, pero el problema gordo es cuando pasados los veinte se sigue persistiendo siempre en saberlo todo y en tener las palabras apropiadas en cualquier tema. Muchos profesionales están hasta la gorra de tener que escuchar esas majaderías en su labor cotidiana. Véase, por ejemplo, al filólogo que se le comen porque duda (¡sí, oh, qué gran decepción!) ante el significado u ortografía de una palabra; véase aquel arquitecto que tiene que soportar cómo se le reprende o se le reordenan los planos porque el que pone el dinero sabe más que él de construcción de edificios; véase cómo el paciente le da instrucciones al enfermero en la cura... Y así hasta un larguísimo etcétera de despropósitos por aquellos que lo saben todo.
Todavía tengo presente cómo un alcalde (que no tenía nada que ver con el tema de la arquitectura, era historiador de formación, creo) reconducía los planos de un arquitecto porque la guardería que estaba haciendo no se ajustaba a lo que él consideraba que tenía que ser una guardería. Y señalo el pronombre "él" porque parecía estar tocado, el alcalde, por el don de la divinidad. Por el mero hecho de haber sido votado en las urnas parecía capacitado y cualificado para una materia tan compleja como es la construcción de un edificio. El arquitecto, más listo que él, lo engañó vendiéndole el proyecto con otro envoltorio para llegar a lo mismo y el alcalde entonces sufrió un paroxismo de orgullo, pues pensó que ese otro proyecto había sido logrado por él. Vamos, que se creyó que él había dado las nuevas ideas para la construcción de la guardería.
Hace muy poco, una amiga se quemó una mano. Fue al médico en el centro de salud que le correspondía y la enfermera le trató la mano como ella consideraba. Hasta ahí todo correcto (omito, porque no es tema de este escrito, los modales con que fue tratada por parte de la enfermera). Otro enfermero que no trabaja en el mismo centro de salud al que fue, le trató la mano pero le hizo unas curas diferentes, optando por explotarle las ampollas que la quemadura le había producido. Sin duda, el proceso de curación fue más rápido y el dolor más atenuado. Después de cinco días mi amiga volvió de nuevo a su centro de salud y la enfermera acabó reprendiendo la práctica del otro enfermero. La enfermera no tuvo ni siquiera un atisbo de duda pensando que, tal vez, la otra forma de curar una quemadura podría ser mejor y más eficaz. ¡Nada! Que no se bajaba del burro.
Interesante también es la actitud de mucha gente ante los problemas lingüísticos. Si cometen alguna incorrección y tú (humilde filólogo) le corriges con tacto, siempre buscan un argumento para echarte las reglas gramaticales por los suelos. Hay, en este caso, dos argumentos infalibles (ja ja ja): 1. En la zona en la que vivo se dice así. 2. Yo paso de lo que dice la Academia de la Lengua. Respecto al primer punto, todo filólogo honesto y sabedor, siempre respetaría los dialectalismos y peculiaridades regionales. Pero hay palabras o construcciones sintácticas imposibles de aceptar. Respecto al segundo punto, y sin caer en un purismo exacerbado, hace falta saber y haber leído mucho para poder llegar a rebatir a la Academia de la Lengua, que no digo que no.
Y así, si seguimos tirando de este hilo de cometa de despropósitos, nos podemos sumergir en terrenos mucho más enfangosos. Un asunto que me deja poco menos que temblando: las ideologías políticas. Forma infalible de no argumentar: es que YO SOY DE X partido. En ese YO SOY parece ser que esas personas nacen de tal o cual partido como se nace rubio, moreno o bajito. Al nacer, la comadrona ya lo detecta cuando lloras. ¡Uy! mira, este niño es del PSOE, o esta niña es de IU. ¡Qué mundo tan feliz, como diría Huxley, que en ese tema no tenemos que pensar ni mucho menos argumentar porque nos viene de gen...! Nos olvidamos de que la política nunca puede ser apasionamiento ni genética, sino un estado coyuntural tan endeble como las espigas al viento.
Donde sí que no existen argumentos es si nos adentramos en terrenos espirituales. Somos (de nuevo con el verbo "ser", aunque en este momento sí puede servirnos de ayuda) de religión católica, o hinduista o budista o cualquier otra religión de las miles que hay. Ahí, repito, si se puede considerar el verbo "ser". Tenemos una espada argumentativa eficaz al 100%: la Fe. ¡Qué maravillosa la Fe! (Y no va con tinte irónico, señalo). Hay personas que tienen la gran suerte de pertenecer a esa esfera que nos sumerge en la Fe y que anula cualquier argumento. Ahora bien, Fe sí (por favor) pero paripé ninguno. Precisamente por eso, porque respeto la Fe y el compromiso ante determinada religión, me molesta cuando veo a la gente casarse porque es muy lindo ese día en la iglesia (y hablo de la religión que más conozco y en la que he sido educado, aunque seguro que en todas las demás pasan cosas similares), o mandamos a nuestros hijos a hacer la comunión porque toca, o nos enterramos con la bendición del cura porque de otro modo es raro, extraño. Si no tenemos esa Fe, ¿por qué nos gusta tanto un ritual? ¿O es que solo tenemos Fe llegados esos momentos? No sé, dímelo tú porque yo es un tema en el que ahora, al menos, no pienso entrar porque no es el objetivo de este escrito.
Definitivamente, y después de todo lo argumentado, he llegado a la conclusión de que la duda es muy beneficiosa para el ser humano. Si no hubiéramos dudado nunca habríamos avanzado. ¿Quién sabe si todavía seríamos bacterias anaerobias que no necesitaban ni oxígeno para respirar? ¿Acaso lo dudas?
Grupo de bacterias ante la duda |
Como Catedrático en Opinión y filosofo trasnochado, te diré que me ha gustado mucho tu entrada, aunque te metas con la gente que lo sabemos todo. Hemos nacido así, jejeje En serio, a mi casi me incomoda mas la gente que está en una reunión y nunca aporta nada... ¿en qué estarán pensando? Me inquietan más aún que los que lo saben todo...
ResponderEliminarPor cierto, yo SOY del PSOE, nací así y así moriré... hasta que me pasé al PP, claro :-p
Y perdóname si he cometido algún error gramatical, morfológico o sintáctico...