Me pregunto cuáles serán los sentimientos de las personas que viajan en el mar para llegar a mejores puertos en los que vivir. "Viajar" es trasladarse de un lugar a otro en cualquier medio de locomoción, según el diccionario de la RAE. El medio de locomoción de esas personas a las que aludo es una pequeñísima embarcación construida por el vaciado de un tronco de árbol, en ocasiones de palmera; es, lo que nosotros llamábamos bote, de escasa eslora y fondo plano. Ahora, y para designar esta forma de inmigración, se le denomina patera o cayuco. Hasta el año 2001, en el diccionario señalado, no aparece el término de patera, que designa una embarcación pequeña cuyo fondo es plano y carece de quilla. No obstante, antes de este año ya venían a nuestras costas (especialmente la canaria y la andaluza) este tipo de embarcaciones salpicadas de dolor, muerte y desesperanza.
Gracias a los medios de comunicación, este "viaje" forma parte de nuestro entorno cotidiano. Ya no nos sorprenden este tipo de noticias. Marruecos, Sáhara, Mauritania o Senegal son nombrados como países de origen de estas personas que quieren encontrar un futuro mejor en Europa. Hace falta ponerle mucha imaginación y empatía para intentar acercarse siquiera al grado de frustración vital que pueden arrastrar tras de sí estas personas, tan cercanas a nosotros espacialmente y tan distantes en cuanto a vivencias.
Por más que lo intento no logro acercarme al dolor y al vértigo que tiene que producir tal viaje; quizás haría falta sumergirse en la ficción de lo literario para poder entender ese dolor, ese apartamiento de los suyos, de su terruño, sus costumbres, su sol y su noche. La vida, cuando se empeña, es un pozo sin fondo de sinsentidos. Nacen y son arrojados al vacío del mar. En ese mar pensarán, quién sabe, en ese brazo de la madre que les agarraba antes de salir, en la mirada del viejo que titubeaba hacia el horizonte, en un destino que va a ser mejor que lo de antes. A veces se dejará de pensar, de sentir, cuando la sed aprieta en la boca y esta se sella como si fuera un beso mortal. La sed, la sed debe de doler tanto que te hace llorar. Después vendrá la furia incontenida del mar, tan alejada de los versos como de la costa que nunca se ve. Fatiga, sed, hambre, dolor, desesperanza, de nuevo el dolor que se clava en los sentidos, de nuevo la boca seca, árida, yerma en felicidad. Pero tiene que haber, en algunos momentos, miradas de empatía ante tanto sufrimiento entre los miembros de la embarcación. Eso puede ayudarles a seguir el periplo. Tiene que haber un sencillo gesto de amor a los niños de las pateras, tan pequeños, frágiles y con ese destino vuelto del revés. Algo habrá de brillar más que la solitaria luna en ese bote perdido en el ángulo de la tierra, sino fatal de Dios. Algo tiene que suspirar para no desistir. Ellos lo saben. Nosotros también. El mar muerde y estrangula cuando menos te lo esperas pudiendo suceder que todo cese. Y cuando todo cesa es la nada. El mar.
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