miércoles, 6 de julio de 2011

La vida de un libro III

    s i hasta ahora he venido comentando, divagando sobre la vida de los libros y lo azaroso de su destino, tanto del objeto en sí como de su propio texto, me queda por intentar hincar el diente al acto creativo, al escritor frente a esa página limpia y vertiginosa que se asoma al acantilado de las palabras. ¿Qué siente el escritor en el acto de la creación? ¿Cómo se rescata de "la otra orilla" la palabra exacta para acercarla a "esta orilla"? Es, sin duda, un mecanismo complejo que raya en numerosas ocasiones lo sagrado, lo más espiritual que desgrana el ser humano. Imaginemos al poeta frente a su cuartilla o frente a la pantallita de su ordenador en ese acto de rendición ante el lenguaje. Está solo frente a todo, frente a los intersticios del mundo poético. Y las palabras "aladas y maravillosas" llegan tomándose su tiempo. Esta sí, esta no, esta tal vez. Brotan, manantial inabarcable, desplegadas, las palabras, los versos, las oraciones, brotan -insisto-, como fuentes cristalinas para formar parte de la voz del Hombre, imperecedera y custodiada. El escritor revela este mundo; crea otro.

     Espigo en mi biblioteca y recojo un libro fundamental para el tema abordado: El arco y la lira del mexicano Octavio Paz. ¡Cuántas reflexiones sobre la creación poética aparecen desgranadas entre las páginas de este singular libro! Empecemos por un pequeño párrafo que nos va acercando a este sentir del Hombre con la palabra: "La poesía pone al hombre fuera de sí y, simultáneamente, lo hace regresar a su ser original: lo vuelve a sí. El hombre es su imagen: él mismo y aquel otro. A través de la frase que es ritmo, que es imagen, el hombre -ese perpetuo llegar a ser- es. La poesía es entrar en el ser". Entendemos por poesía todo acto de creación literaria. Nos sirven estas palabras de Octavio Paz para ir sumergiéndonos en esa esfera que complementa nuestras existencias: ese entrar en el ser nos revela un nuevo mundo recién nacido y ahí somos; lo somos todo. Somos ritmo, sin duda, y nuestro vaivén es esa palabra encontrada y compartida que baila entre las dos orillas aludidas en el libro reseñado: "Adherirse al mundo objetivo es adherirse al ciclo de vivir y el morir, que es como las olas que se levantan en el mar; a esto se llama: esta orilla... Al desprendernos del mundo objetivo, no hay ni muerte ni vida y se es como el agua corriendo incesante; a esto se llama: la otra orilla." O. Paz nos recuerda que en ese vaivén entre las dos orillas hemos de dar el salto mortal, de una a otra orilla. Irnos a la otra orilla, en ese descomunal salto que supone la creación artística a través de la palabra, supone un cambio de naturaleza: "es un morir y un nacer." Pero nos recuerda, asimismo, que la otra orilla está en cada uno de nosotros y que es el viento, esta metáfora del soplo, la que nos empuja hacia dentro de nosotros mismos. Ahí nos encontramos. El "mundo de aquí" está conformado de contrarios y es el reino de las explicaciones y de las leyes de la gravedad. Pero entonces sopla ese viento huracanado y  el "mundo de allí" nos transporta a la transgresión de todas esas leyes, a esa catástrofe natural de violar los principios de la física y la matemática. Y todo esto, qué genialidad, lo hacemos con palabras ordenadas de forma casual en sintaxis infinitas. Ahí somos seres sobrenaturales, caballeros o damas dotados de la espada mágica de la creación y re-creación. Efectivamente, escribir es re-crearnos, revelarnos: "Nosotros también somos de allá -nos dice O. Paz.- Un soplo nos golpea la frente. Estamos encantados, suspensos en medio de la tarde inmóvil. Adivinamos que somos de otro mundo. Es la "vida anterior" que regresa. [...] Todos estamos solos, porque todos somos dos. El extraño, el otro, es nuestro doble. [...] El hombre anda desaforado, angustiado, buscando a ese otro que es él mismo. Y nada puede volverlo en sí, excepto el salto mortal: el amor, la imagen, la Aparición." 

     Aún vamos más allá. Sentimos esa creación literaria como la espera del enamorado/a. Impacientes, presurosos, angustiados, porque no en vano, el amor, como la poesía, la alegría del amor, es una revelación de nuestro yo, de nuestro ser. Vamos a ese encuentro de la palabra como vamos al amor: desnudos. Y es a esa espera a la que me refiero: nos sentíamos seguros en nuestro mundo, pero un día los mapas se desordenan y aparece esa persona que nos vuelve el mundo del revés, nos descoloca la brújula de la existencia nuestra. Nos desaforamos, salimos de nosotros mismos y la necesitamos. Arde, duele, desasosiega. "Mariposas en el estómago" -decimos-. Estábamos ahí, en esa suspensión y espera por esa persona que acaba de aparecer y el mundo, el resto del mundo no nos interesa, se hace ajeno: "amor-locura" o "loco amor" lo llaman algunos: "La espera misma se vuelve desesperación, porque la esperanza de la presencia se ha trocado en certidumbre de soledad. No vendrá. No habrá nadie. No hay nadie. Yo mismo no soy nadie. La nada se abre a nuestros pies. Y en ese instante sobreviene lo inesperado, lo que ya no esperábamos. El goce entre la interrupción de la presencia amada se expresa como una suspensión del ánimo: nos falta suelo, nos faltan palabras, la alegría nos corta la respiración. Todo se queda inmóvil, a mitad del salto en el vacío. El mundo impenetrable, ininteligible e innombrable, cayendo pesadamente sobre sí mismo, de pronto se levanta, se yergue, vuela al encuentro de la presencia. Está imantado por unos ojos, suspendido en un misterioso equilibrio. Todo había perdido sentido y nosotros estábamos al borde del precipicio de la existencia bruta. Ahora todo se ilumina y cobra significación. La presencia rescata al ser. O mejor dicho, lo arranca del caos en que se hundía, lo recrea. Nace el ser de la nada. Pero basta con que no me mires para que todo caiga de nuevo y yo mismo me hunda en el caos. Tensión, marcha sobre el abismo, marcha sobre el filo de una espada. Tú estás aquí, frente a mí, cifra del mundo, cifra de mí mismo, cifra del ser."

     ¿Se puede expresar de una manera tan exacta la espera del amor, del amante? Vale la pena, espero, resaltar esas palabras de El arco y la lira para ilustrar el momento exacto de la creación literaria. Crear, nos viene a decir O. Paz, es como esa espera: el amor es creación del ser, es el instante mismo del escritor ante el abismo del lenguaje.

     Pedro Salinas, el enamorado poeta de nuestro 27, nos remite en EL POEMA  a ese nirvana que es el instante mismo:
Y ahora, aquí está frente a mí.
Tantas luchas que ha costado,
tantos afanes en vela,
tantos bordes de fracaso
junto a este esplandor sereno
ya son nada, se olvidaron.
Él queda, y en él, el mundo,
la rosa, la piedra, el pájaro,
aquellos, los que al principio,
de este final asombrados.
¡Tan claros que se veían,
y aún se podía aclararlos!
Están mejor; una luz
que el sol no sabe, unos rayos
los iluminan, sin noche,
para siempre revelados.
Las claridades de ahora
lucen más que las de mayo.
Si allí estaban, ahora aquí;
a más transparencia alzados.
¡Qué naturales parecen,
qué sencillo el gran milagro!
En esta luz del poema,
todo,
desde el más nocturno beso
al cenital esplandor,
todo está mucho más claro.
                         (De Todo más claro y otros poemas.)
    
     Este metapoema nos conduce por los mismos terrenos que el libro de Octavio Paz. Salinas nos habla del esfuerzo que supone traspasar esta orilla para adentrarnos en la otra, en su espesura. Nos recuerda que, de todas maneras, ese dolor y esfuerzo, ya no es nada, porque nos rescata la claridad, la luz, la revelación de nuestro ser. El instante poético está exactamente en los deícticos señalados "Si allí estaban, ahora aquí." Y la piedra y el pájaro son otros, son materia revelada. Amalgama lo sensitivo, amalgama lo intelectivo.

     Otro poeta, piedra angular para el futuro de la poesía, es Juan Ramón Jiménez.  Para él y llevado por esa "sed de conocimiento", su palabra quiere ser un instrumento para agarrar la realidad, asirse a ella, en busca de una nueva "inteligencia":

    ¡Intelijencia, dame
el nombre exacto de las cosas!
... Que mi palabra sea
la cosa misma,
creada por mi alma nuevamente.
Que por mí vayan todos
los que no las conocen, a las cosas...
                                     (De Eternidades)

     Juan Ramón busca lo intelectual en esta etapa de su creación. De ahí que invoque a la "intelijencia" esos dones poéticos para poder arrastrarlos a este aquí. Es una forma distinta de acercarse al acto creativo de la que hemos visto con Salinas, empero, creo, nos sirven de ejemplo y modelo en este acercamiento del tema tratado.

     Un libro que llegó a mi biblioteca por un capricho (me encantaba el título y el diseño) nos recuerda también ese momento del escritor frente a la página en blanco. Es un libro accesible, infantil o juvenil dirían algunos. No es otro que Lecciones de poesía para niños inquietos de Luis García Montero. En esas lecciones se nos recuerda que nadie es tonto y que todos tenemos capacidad para aprender a mirar el mundo y, por lo tanto, recrearlo en palabras. Se nos enseña a mirar, a leer en voz alta y a dejar pasar las cuatro estaciones entre olvidos y recuerdos poéticos. García Montero se pregunta: ¿el poema nace o se hace? Lo compara con un atleta que se sacrifica día a día, que entrena para alcanzar un récord. El atleta, aunque nazca con unas buenas cualidades físicas, fuertes, ágiles, resistentes al cansancio, ha de trabajar mucho para ganar unas Olimpiadas. De ahí que se señale que todas las cosas importantes cuestan un sacrificio y un trabajo duro - tantas luchas que ha costado - que apuntaba Pedro Salinas. En Lecciones de poesía para niños inquietos se nos señala lo siguiente: "Conviene que estés preparado para contestar sin reírte a la pregunta tópica, a la gran tontería filosófica. Cuando alguien te pregunte alguna vez si el poeta nace o se hace, sé amable, pero no te olvides de todos los libros que has leído, de todas las historias que has escuchado, de todos los papeles que has roto porque no te gustaba lo que habías escrito. El poeta nace y se hace. Y algo muy importante: nace y se hace en la sociedad. Los poemas y las sociedades se construyen con palabras."

     Estamos teniendo unas palabras sobre ese acto de arrojarnos al otro mundo para salvar este. No hay instrucciones para salvarlo, me temo. Pero sí palabras que son encontradas, rescatadas de un limbo sagrado y mágico. Palabras andantes, según Galeano, que nos crean y nos hacen ser otros y a la vez nos ayudan a ser nosotros mismos, en esencia. Cuando escribas recuerda toda la amalgama de emociones que hacen de acueducto entre el allí y el aquí. Eduardo Galeano, espigador de nuestra lengua, nos lo dice bien claro: "Estoy soplando en flauta quebrada. Lo no nacido no se explica, no se entiende: se siente, se palpa cuando cuando se mueve. Y entonces dejo de explicar; y le cuento. Le cuento las historias de espantos y de encantos que yo quiero escribir, voces que he recogido en los caminos y sueños míos de andar despierto, realidades deliradas, delirios realizados, palabras andantes que encontré -o fui por ellas encontrado. Le cuento los cuentos; y este libro nace." El escritor encuentra la vida de un libro, o es encontrado, no lo sé. ¿Jugamos a encontrar palabras de la nada?
 
Piedras en espera: la consagración del instante


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