Muchas veces me he sentido atraído por las puertas. A veces es mejor dejarlas cerradas, como si no se les permitiera la voz. ¿Para qué atravesarlas si somos desconocedores del interior y lo que hay detrás puede llegar a hacernos daño? Cuando tomamos la suficiente confianza puede que entonces queramos dar ese pequeño paso de lo ignoto y acercarnos a otro mundo posible. Pero de momento me conformo con la puerta en sí, como símbolo de esa bisagra que separa lo sabido de lo desconocido.
Tenemos puertas que abren abismos, otras que cierran la esperanza. De momento y a la espera de algo mejor, me quedo contemplando las puertas que me he ido encontrando este verano por si en algún momento tengo la necesidad de traspasarlas.
Tenemos puertas que abren abismos, otras que cierran la esperanza. De momento y a la espera de algo mejor, me quedo contemplando las puertas que me he ido encontrando este verano por si en algún momento tengo la necesidad de traspasarlas.
Las puertas. Aunque estén cerradas son siempre tentadoras.
ResponderEliminarMuy buena tu entrada.
Me gustan muchísimo esta clase de puertas. De hecho, me fascinan. Y siempre desearía traspasarlas y ver el interior. Y ver lo que hay y lo que ahí se ha vivido. Y quienes han pasado por esas puertas.
ResponderEliminarPreciosas fotos.
Abrazos.
Claro que sí, Paz, la tentación se esconde en secreto y anhelo por descubrir y revelarnos y, quién sabe si tras esas puertas, encontremos algo hermoso y reconfortante. ¿Las abrimos poco a poco?
ResponderEliminarCreo, Alberto, que este tipo de puertas tienen su propia historia y cicatrices. Algunas de ellas son de finales del siglo XIX. Me fascina el hecho de que hayan perdurado tanto tiempo, de imaginar cuántas vidas habrán cruzado sus umbrales, de imaginar vidas latentes tras sus bisagras. Siempre es tentadora una puerta.
ResponderEliminar...una puerta cerrada, que deseo abrir, entraña estar preparado para asumir aquello que me pueda encontrar al abrirla...
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