Según Sócrates la escultura y la pintura no producen objetos que se den de forma natural, sino que tratan de imitar seres u objetos de la naturaleza. En Recuerdos de Sócrates de Jenofonte, en su diálogo con el pintor Parrasio y según el procedimiento inductivo que hace decir al artista lo que hasta entonces desconocía o lo guardaba en el inconsciente, Sócrates mantiene lo siguiente:
«¿Es, Parrasio —le dijo—, la pintura una reproducción de las cosas que se ven? Que así es, por ejemplo, que los cuerpos hondos y salientes, los oscuros y los luminosos, los duros y los blandos, los ásperos y los lisos, los jóvenes y los viejos, los imitáis vosotros representándolos por medio de colores».
«Verdad es como dices», respondió.
En estas palabras observamos cómo la imitación de las bellas artes es lo que las distingue de otras técnicas de carácter no representacional. Esta idea de la imitación germinada ya en Sócrates, va a ser consagrada en la estética de Platón y Aristóteles, aspecto fundamental en cualquier teoría artística desde la tradición hasta la actualidad.
Sócrates quiere distinguir el arte (escultura, pintura, literatura) de otras actividades que en el mundo helénico eran consideradas como arte. Según Sócrates, estas actividades (zapatero, herrero…) crean objetos inexistentes en la naturaleza frente a la pintura, escultura o literatura qué sí existen en la naturaleza.
De esta manera se entiende la concepción del arte como mimesis o imitación de la relación de semejanza entre una obra artística y el mundo exterior. Además, es interesante añadir que para el griego el arte no ha de ser una reproducción o repetición exacta de la realidad, sino que este ha de operar un proceso de abstracción e idealización. Intuimos en este pensamiento socrático que en el arte no solo hay una imitación de lo externo (formas, colores…) sino también de lo interno (sentimientos, pasiones…).
Esta pequeña introducción de lo que supone esa mimesis o imitación de la realidad, de la naturaleza, me vino de lleno a la mente cuando capté una fotografía de un paisaje mientras un pintor captaba, a su vez, la esencia del mismo paisaje: sus formas, colores y profundidad.
Me resultó curioso cazar al cazador a través de un nuevo bucle artístico al hacerle una foto. De esta manera tenemos una triple perspectiva: la de la naturaleza (que poco o nada le falta para ser un locus amoenus), la del artista que atrapa fielmente esa naturaleza y la del fotógrafo que captura el momento de la creación y la re-creación.
Rescato la siguiente cita de R. Gabás en Estética. El arte como fundamento de la sociedad, por ajustarse al planteamiento que he seguido:
«El arte es la imitación verosímil de la realidad. El artista puede jugar cuanto quiera con su fantasía creadora, pero no tanto que desaparezca de ella su referencia al mundo, a la sociedad y a la humanidad».
De estas palabras se deduce esa representación de la realidad por parte del artista, sea más o menos fiel a lo que se contempla o se siente. Podría haberlo hecho de otra forma, con otras técnicas u otra visión del paisaje pintado, pero la realidad estaría ahí. Tal vez el arte, como señala Platón, solo sea un engaño para los sentidos. Dulce y bienvenido engaño, concluyo.
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Nota: estas fotografías han sido tomadas en la Playa de Arnía (Cantabria). Más tarde descubrí que el pintor se llama Alberto Quevedo. Le agradezco su colaboración en formar parte de este pequeño cuaderno de espigas. Os dejo las páginas de su blog:
www.artemont.blogspot.com