martes, 18 de octubre de 2011

Los conos son las naranjas del asfalto

Hace ya algún tiempo un conocido me encomendó una tarea que en un primer momento me dejó atónito. Me pidió que escribiera algo sobre un cono. Sí, un cono de esos que ponen en las carreteras o en las aceras para delimitar algo que está en construcción. Es una señal tan común que por eso mismo ya forma parte del paisaje, como un gorrión o una farola. Me senté frente al ordenador y empecé a escribir sin saber muy bien qué decir sobre un objeto tan particular; parecía un experimento surrealista, una creación que surgía por una petición que en principio me resultaba extraña y alucinada. Aún así, como he dicho, me senté y dejé que fuera mi imaginación la que estableciera libre asociación entre los conos y la vida. El texto tenía la función de servir a modo de prólogo en una exposición que giraba en torno a este objeto común: el cono.
El texto quedó conformado finalmente así:
     Los conos son las naranjas del asfalto. Diseminados en nuestro paisaje urbano nos resultan imperceptibles. De la misma forma que un gorrión, nuestras retinas están acostumbradas a verlos en la anatomía de las ciudades, o de las carreteras, o de una veredita perdida en un pueblo que no llegamos a recordar el nombre.
Los conos exprimen, al igual que los cítricos del mismo color, una pulpa que no sabemos definir si nos lo proponen. Se mantienen ingrávidos ante el sol, ante la lluvia, en la noche. Están ahí, lo sabemos, pero nadie se pregunta por su existencia. Sencillamente están. Estrambóticos y llamativos, con sus collares fluorescentes, gritando un reclamo de atención que nunca llega. No son residuos, ni obras de arte, ni tan siquiera son carne, piedra o leño. Antes eran magma perdido en el centro de la tierra. Ahora naranjas moldeables en las cunetas. Nadie los rescata, ni los roba, parecen estar yermos.
Pero vamos más allá y su nombre nos grita: cono botánico, cono molusco, cono geométrico, cono norte, cono sur, cono de cenizas, detritos, deyección, funerario, vaginal, astillado, simbólico, cono, singular masculino 1 superficie que resulta de la rotación de una línea que mantiene fijo uno de sus extremos y describe con el otro un círculo u otra curva cerrada, y el cuerpo geométrico que resulta de ella 2 Fruto de esa forma, con textura de madera, que contiene las semillas de las coníferas.

Cono, por lo tanto, ambiguo, preñado de significaciones y metáforas. Lo atrapo, ya lo sé mirar de otra manera, me dice, me recrea y me revela parte del mundo. Me atrapo en él. Lo escalo. Me sumerjo a través de su cráter y me quedo dentro, apenas un agujero para poder respirar. Quietud. Miro a lo alto; soy lava incandescente en la nueva isla. El horizonte es vertical. Se estrecha allá en las nubes. Veo rasgos del cielo, un atlas difuso. Trepo y resbalo en sus lisas paredes. Solo veo un agujerito de esperanza y un cromatismo celeste inalcanzable. Escucho los ruidos de las taladradoras y de pasos de gigantes que merodean en el exterior. El cono ahora es mi morada, mi torre dúctil de marfil. Me voy encontrando a gusto en el epicentro. Me acostumbro a estar ahí, dentro, calentito, en mi casa anaranjada con anillos de plata. Me instalo. Me acostumbro y me hago un lecho con la gravilla desordenada. Me instalo. Los hierbajos pisoteados son manta y alimento, néctar. Ahora los sonidos son Fray Luis, Santa Teresa, San Juan. Es mi unión definitiva con la tierra y el alma. El mundo entonces tiene el color de los atardeceres. Me instalo. Cono volcán, cono isla, cono madre, castillo, mapamundi, elemento, anclaje, bisagra. Definitivamente, el mundo tiene entonces el color de los atardeceres.
Están ahí, lo sabemos, pero nadie se pregunta por su existencia.

1 comentario:

  1. Cuando nos paramos a observar es cuando dejamos de ver para empezar a mirar.
    Un ejercicio estimulante. ;)

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