sábado, 25 de junio de 2011

Porque sueño, yo no lo estoy. Porque sueño, sueño

                                           

      Fotograma de Léolo, de Jean-Claude Lauzon, 1992


    
    

¿Qué mecanismos inducen al conjunto de una sociedad a considerar a determinadas personas como locas? El adjetivo loco/a funciona a modo de hiperónimo para abarcar un gran campo semántico de actitudes que se consideran extrañas o alejadas de la norma social. Está loco porque habla solo, loco porque siempre se le ve solo, porque ha dejado a su pareja con lo maravillosa que es, loco porque no me da la razón, loco porque es un extravagante... Parece ser que no podemos hablar, andar, abandonar o salirnos de la norma porque entonces vamos a tener el sambenito del dichoso adjetivo. Y es que, los mecanismos que tenemos los seres humanos para combatir la hecatombe de nuestra sociedad, el día a día, son difíciles de encorsetar. Para eso nos quedan los sueños, nuestro mundo onírico, nos recuerda la literatura o el cine. Si queremos hablar solos dialogamos con los libros, si pecamos nos vemos reflejados en la pantalla o en la escena (qué necesaria la catarsis), si sufrimos por amor, ahí tenemos cientos, miles de escritos o filmes que nos reconfortan, si somos extravagantes, solo basta con mirar alrededor y nos sentiremos, sin duda, pequeños en nuestra rareza, porque siempre es superado por la selva humana en que vivimos.






Una de las mejores muestras de reconciliación con el mundo de la locura la encontré, hace ya bastantes años, en un film del canadiense Jean-Claude Lauzon. Léolo es una de esas películas que se te quedan enquistadas de por vida desde que la ves y te recreas en su mundo, tan cercano y tan distante de nuestro país. Léolo es una espiga al viento que se desgrana en multitud de rincones que a todos, en mayor o menor medida, nos puede tocar, aunque sea un diminuto granito. Pero lo que más me llama la atención de la película es precisamente la hondura con la que trata el mundo de los locos, de los enajenados, apartados, por más que nos lo muestre desde la mirada de un niño. Niño muy pequeño, de unos dos años, después de unos seis, después de unos nueve. Toda la infancia de Léolo es recorrida desde el desfiladero insalvable de la locura que le envuelve al venir al mundo en una familia y en un barrio que lo apresan y lo encadenan a la mayor frustración del ser humano: la insatisfacción vital. Lo que vemos a través de sus ojos es un campo sórdido y yermo de seres que deambulan a su alrededor sin darse cuenta de que la vida puede ser más rica en matices y esperanzas. Su madre es el único subterfugio de salvación en esa deriva existencial del pequeño: "Mi madre tenía la fuerza de un gran barco caminando por un océano enfermo", señala la voz en off de Léolo. Efectivamente, un océano enfermo de hermanos y hermanas con los que no podía compartir su maravilloso y planetario viaje. Él quiere a sus hermanos, porque son suyos, pero no desiste en reprocharles en su pensamiento cómo están malgastando su vida en tareas estériles. Véase la escena en la que su hermana Rita colecciona insectos de todo tipo en tarros de cristal, o en la obsesión de su otro hermano Fernand por tener un cuerpo esculturalemente tallado para defenderse de su trauma más persistente: el miedo. Léolo, en la habitación despiga sus pensamientos: "Mi madre nos regaló una bonita rosa de plástico, teóricamente para alegrar nuestra habitación, por eso de que la flor es una imagen o más bien, una idea de la naturaleza. Su rojo escarlata estaba asfixiado por el polvo que cada vez lo iba matando más. Si al menos alguien de la familia pudiera darse cuenta de que esta flor carece de naturalidad. Con su etiquetita dorada “made in Hong Kong” pegada bajo un pétalo. Bastaría con un pequeño gesto sin esfuerzo para despegar esa etiqueta y empezar a creer en esa ilusión. Pero me niego a tocarla. No quiero hacerme un lugar en este cementerio de cuerpos vivientes. Pero resulta que mis dedos del pie me recuerdan que estoy aquí. Salen de un agujerito en el extremo de mi manta. Cada día, sin que yo mismo me dé cuenta, consigo asomar un dedo más que el día anterior. Mañana asomaré mi pie entero, y mi pierna. Y pronto será mi cuerpo. Siento que debo abandonar esta vida antes de estrangularme con este agujero".Pero Léo se recrea en su mundo y no encuentra otro recurso para escapar que la lectura. Se encuentra con un problema reseñable: en su casa no hay ningún libro. Se nos cuenta cómo un día, fruto del azar, llega un espigador a su casa, un recolector de fotografías envejecidas y desaliñadas en los contenedores, un recolector de escritos, cartas o diarios. Es este uno de los personajes más subyugantes que me he encontrado en la historia del cine: El Domador de Versos. Ese Domador que cree que las imágenes y las palabras deben mezclarse en las cenizas de los versos, para renacer en la imaginación de los hombres. El Domador se encuentra con algunos escritos que fueron desechados en el contendor de basura del humilde barrio de Léolo. De ahí que quiera subir a su casa, con un pretexto, para conocerlo. Entonces es cuando vivimos un momento mágico. Gracias a la hospitalidad de la madre que le sirve un trozo de pastel y al comprobar este que la mesa cojeaba, decide ponerle un libro a la pata de la mesa para que dejara de tambalearse. Ese libro es pieza y engranaje de la historia. El libro lo abandona a su suerte, sabiendo que tiene alguna probabilidad de caer en las manos de nuestro protagonista. Efectivamente, ese libro va a ser el desvelo de las noches de Léo: " Lo único que le pido a un libro es que me inspire energía y valor, que me diga que hay más vida de la que puedo abarcar, que me recuerde la urgencia de actuar."





Ese libro no es otro que El valle de los avasallados (L'avalée des avalés) del quebequense Réjean Ducharme. Leólo se arma de guantes y gorro de lana y pasa algunos ratos nocturnos leyendo a la luz de la nevera fragmentos disgregados de ese libro que quizás, filosóficamente, se le quede grande. Aún así trata de apresar palabra a palabra el alma del libro. No puedo encontrar una poesía tan sublime como la de un niño empeñado en cambiar su propio destino a través de la lectura acompañado por la tenue luz de la nevera. Por cierto, y haciendo un inciso, una vez conocí a un poeta asturiano que me contaba que en su casa, de niño, leía alguna que otra noche de la misma forma que acabo de detallar. Para mi sorpresa desconocía esta escena del film. Es curioso cómo la vida y el arte se entretejen es una suerte de amalgama hermosa y fortuita sin poder deshacer ese nudo irrefrenable entre una y otro.






He rescatado algunas de las escenas más sobresalientes de la película comentada no con el objetivo de hacer una crítica de cine, ni mucho menos, si no con el afán de ilustrar de la mejor forma que conozco, cuáles son esos resortes que usamos los seres humanos para librarnos de la locura, como he señalado al principio de este escrito. Creo que el film nos puede dar pistas sobre esos mecanismos inherentes a la condición del hombre, aunque tantas veces denostado por la sociedad que en suerte nos haya tocado vivir. No en vano, desde la tradición literaria clásica (por algo será) se nos recordaba el efecto purificador que tienen las obras de arte sobre nuestras conciencias y condiciones. De esta manera, la catarsis se refiere a los efectos sobre el espectador (sea el género que sea o la forma que usemos para crear este efecto) y a las reacciones que en el público calen. El espectador sentirá una especie de purificación de sus propias pasiones que puede ser objetivada a través de cualquier historia que se le cuente y la relación entre las acciones culposas (conscientes o inconscientes) y por tanto, el castigo que les corresponde. Ya Aristóteles utiliza el término en tres pasajes de sus obras (en el Libro VIII de la Política y dos en la Poética). Mediante la compasión y temor se lleva a cabo la purgación (catarsis) de las afecciones que el ser humano arrastre. Efectivamente, el arte presenta un mundo de ficción en el que existe el dolor y el mal, además de la fatalidad del destino y la culpa en general (hybris), además del error que es consustancial a la conducta humana (hamartía), que podemos encuadrarlo a medio camino entre lo objetivo de nuestro destino y la subjetividad de nuestras conductas.





Porque soñamos no lo estamos. No estamos locos porque soñamos, soñamos, reitero en ese nosotros mayestático las palabras de Léolo. Nos olvidamos en ocasiones de buscar esas bisagras que nos aúnan entre los dos mundos: el loco onírico de la imaginación y el real, cotidiano, más aburrido. Por eso leer, o ir al cine, o al teatro puede convertirse en un refugio de salvación para los que, como Léo, tenemos la necesidad de huir despiertos a ese campo de los sueños donde caemos de bruces en el país de lo cotidiano."Porque sueño, yo no lo estoy.Porque sueño, sueño. Porque me abandono por las noches a mis sueños, antes de que me deje el día. Porque no amo. Porque me asusta amar, ya no sueño. Ya no sueño.Ya no sueño, ya no sueño." Léolo loco porque ya no sueña. Sino fatal. Le pudo el mundo y las etiquetas "Made in Hong Kong", se dejó vencer. ¿Somos nosotros jueces de la locura? Quien esté libre de pecado que tire la piedra, a ver si se atreve.

1 comentario:

  1. Mas vale tarde que nunca. Pues acabo de ver esta pelicula "Leolo" por la primera vez, en frances y queria comparar mis ideas con las tuyas. Para mi, la locura es un tema integral en la pelicula, y el protagonista usa la lectura y sus suenos de Bianca para escapar su medio ambiente. Aunque me gusto mucho muchas ideas en la pelicula, no entiendo porque Lauzon debe usar la muerte o suicidio del protagonista como una manera escapar permanentamente su entorno y heridar su madre por haberle dado su vida mala. Ademas, el miedo es sobresaliente como un tema. La escena del hermano que padece el miedo tremendo aunque tiene musculos enormes dice mucho sobre el miedo de los humanos, sobre todo luego cuando sepamos que Leolo no tiene el coraje decir su deseo de Bianca directamente a ella. Debe tener miedo del rechazo. Superar miedos es un reto que todos enfrentamos en una ocasion u otra y de distintos grados. Buen comentario sobre la peli, JC. Gracias por haberla recomendado. Era dificil alquiler aqui por el frances y porque la peliculita es antigua. Sonar y actuar, a pesar del miedo es la moraleja, no? Mi perro en la planeta azul se llama Leolo porque suena o porque tiene miedo de su amor (no tiene que ser) o porque viene de un ambiente loco? Danielle.

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