viernes, 24 de junio de 2011

Los más pobres espigaban al atardecer

    
Las Espigadoras Jean-François Millet, 1848, Musée d'Orsay




Vivir es buscar, recolectar y compartir. El título de este blog queda delimitado a un ámbito que nos evoca lo rural, lo de antes, lo antaño. Espigar tiene, según diversos diccionarios, una gran carga semántica. Espigar es coger las espigas que los segadores han dejado en el rastrojo, pero también el crecimiento de los cereales, cuando estos empiezan a echar espigas. Un adecuado ejemplo encontrado en el diccionario de la lengua española de Espasa-Calpe, que nos viene de maravilla, es el siguiente: "Los más pobres espigaban al atardecer". ¡Qué curioso que señalen esta oración para ilustrar el verbo espigar. ¿Quiénes son "los más pobres"? ¿Qué nos evoca esta oración tan simple, tan sencilla en su sintaxis y, sin embargo, tan rica en matices? Los más pobres, pienso, podemos llegar a ser todos. Los más pobres somos todos, repito. Espigamos por una necesidad imperiosa de sobrevivir. Espigamos para después recolectar. Qué paradójico resulta que se hable de los más pobres, refiriéndose, quién sabe, a los campesinos que se tenían que levantar y agachar una y otra vez en las faenas del campo, en esa recolecta estacional tan dura y en pequeñas ocasiones festiva. Paradójico, señalo, porque entonces los más pobres somos multitud.

Hace algún tiempo vi un exquisito documental de la francesa Agnès Varda titulado Los espigadores y la espigadora (Les glaneurs et la glaneuse) que cambió mi percepción de las ciudades y de los habitantes que pululan por ellas. Partiendo del campo, Varda nos conduce más tarde a la ciudad para mostrarnos cómo las personas, en esta sociedad de la obsolescencia, recolectan por una necesidad vital (véase la gente que espera ojo avizor en los mercados para llevarse las verduras que están a punto de tirar a la basura) o por una necesidad que yo llamaría artística. Los dos aspectos se entretejen en el film hasta llegar a fundirse. Efectivamente, el hambriento o necesitado busca y busca hasta encontrar el residuo de nuestra aparente opulencia: cables, metales, hortalizas, carne... Somos gaviotas sin alas, pienso. El artista busca también aquello que lo recree y que le haga complementar este mundo: un paisaje, un cuadro desvencijado en una tienda de extrarradio, palos, piedras, arena. Es tanto lo que la directora busca que de tanto intentarlo se encuentra a sí misma, filmándose sus propias manos, como si fuera un hallazgo que la hubiera complementado, revelado. Un film que es un espectáculo para los sentidos. Seguro que no os decepcionará.

Pero como no soy crítico de cine, ni tampoco pretendo serlo, volvamos al tema que nos ocupaba, la definición del verbo espigar. Sigo leyendo y me topo con otros significados que me subyugan. La tercera definición a la que nos remite el diccionario señalado es la siguiente: "crecer demasiado algunas hortalizas, como la lechuga y la alcachofa". ¡Vaya! ¡Qué poca literatura le puedo poner a esta acepción! Tal vez me haya precipitado a la hora de resaltar las siguientes definiciones... Solo se me ocurre apuntar que, claro, si las lechugas o las hortalizas crecen demasiado, se nos espigan, ya no nos sirven para alimento, aspecto este que no deja de tener su preocupación, tal y como está el mercado alimenticio. Voy a dar, aún así, un voto de confianza a la última acepción reseñada: "crecer notablemente una persona". Ahora sí que me froto las manos puesto que me sirve para el desarrollo del tema que estoy tratando. "Crecer", "notablemente", "persona", una buena tríada para cualquier comentario sobre lo divino y humano. Efectivamente, al espigar crecemos como personas, porque aprendemos a mirar el mundo con otros ojos y a morderlo con los labios, como si fueran espadas, que diría el poeta. En la búsqueda está ese crecimiento al que hace alusión la definición. Si espigamos somos, diría yo.

Y como tantas cosas que ya están escritas o en este caso, cantadas, me remito a una brillante película (de nuevo el cine, vaya con mi obsesión) de Pedro Almodóvar. La película en cuestión es la oscarizada y desdeñada en España Volver. Quiero rescatar únicamente el inicio de este film, cuando, en un cementerio de Castilla la Mancha, mujeres de distintas edades cuidan y limpian no solo las tumbas de sus seres queridos, sino también las tumbas que serán, sin remedio, suyas. De un modo esencial, y no como un mero adorno, se escucha el tema titulado Las Espigadoras (La Rosa del Azafrán), canción que ya podríamos encuadrar dentro de nuestro folclore popular: "[..]por los carriles y los rastrojos soy la hormiguita de los despojos y como tiene muy buenos ojos espigo a veces de los manojos/ [..] ¡ay, ay, ay, ay! qué trabajo nos manda el Señor, levantarse y volverse a agachar todo el día a los aires y al sol /[...]". No se me ocurre una mejor canción para una película que muestra la última estación de nuestra existencia: la muerte. Nosotros nos morimos pero esas mujeres, en una expresión de alegría, nos limpian y sacan brillo a las lápidas, se agachan y se vuelven a levantar, porque no en vano, en eso consiste ese atardecer al que aludo en el título. Pobres somos todos.



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