Tenemos dos vidas: la vida real, la que rumiamos día a día, con nuestras fortunas y pesares y la otra vida virtual, la que vivimos a través de las nuevas tecnologías, especialmente en las llamadas redes sociales.
Sobre la primera poco he de decir que no se haya dicho ya. Nuestra vida real está escrita desde la memoria de las letras, de la filosofía, del arte. Sin embargo, esta otra vida virtual, tan reciente, nos hace pertenecer a una nueva dimensión espacio-temporal.
Todos sabemos que con un simple clic podemos mover sentimientos, ideas e incluso leyes. Hoy día es habitual opinar según nuestro parecer en periódicos de largo alcance, hacer presión a las Instituciones para que cambien tales o cuales leyes con las que no estamos de acuerdo e incluso, molestar al prójimo desde nuestra confortable casa o arroparlo, si obramos de buena fe.
Cada día me molestan más esas personas que se dedican a lanzar improperios a los demás por el mero hecho de no estar de acuerdo con sus planteamientos u opiniones. Son personas que se camuflan en el anonimato (en algunos casos) o en el cobijo de sus hogares para soltar aquello que les apetece, sin cortesía, respeto y educación. Para muestra se puede consultar cualquier foro de cualquier temática. En numerosas ocasiones se pierde el tema central objeto de debate y se pasa a menospreciar, insultar e incluso agredir verbalmente. Se establecen polémicas estériles en donde el único objetivo es zaherir a los otros sin la más mínima argumentación ni criterio.
Antaño, las polémicas en los periódicos tenían un fundamento y un discurso estructurado. De hecho, en los siglos XVIII y XIX, por ejemplo, los debates eran encarnecidos, mordaces, agudos y satíricos, pero no se saltaban las leyes del decoro ni del buen decir. Hoy no, hoy parece que todo vale y cerebros estrujados de estulticia pueden escribir (por llamarlo de alguna manera) lo primero que les viene en mente. Este es el caso más irritante del uso de las redes sociales.
Me parece, empero, muy positivo que seres anónimos puedan opinar, firmar peticiones de apoyo o censura ante determinadas medidas o problemas sociales. Si estamos ahí parece que existimos un poco más. Es la nueva catarsis del siglo XXI: el saberse partícipe de los acontecimientos, del rumbo de la historia que en suerte nos haya tocado vivir.
Los políticos tienen miedo de Internet. Saben que es un arma poderosísima que puede hacer cambiar el rumbo de una ideología, de una ley, de un estado borreguil. Véase si no, el Spanish Revolution que ha dado la vuelta por medio mundo. Las plataformas que se han creado en Facebook, Tuenti o Twitter han sido dignas de mención, de solidaridad y apoyo por aquellos que han alzado la voz en beneficio de un mundo mejor y más igualitario.
“Amigos” virtuales florecen por doquier. Contamos nuestros problemas a personas que están a cinco mil kilómetros de distancia, pero quizás desconozcamos cómo se encuentra el vecino, si le podemos ayudar en algo o si necesita simplemente hablar. Si lo necesitamos nosotros. Veo a diario cómo los adolescentes se cuentan a través de redes sociales sus problemas más importantes nada más salir de clase. Llegan a casa, comen y automáticamente muchos de ellos encienden el ordenador para conectarse. En un instituto de Educación Secundaria si no tienes la archiconocida Blackberry pareces no existir. Desde siempre ha existido el afán de comunicarnos. No tengo criterios para sancionar esta actitud, ni quiero tampoco ensalzar los tiempos pretéritos cuando a las cinco, los chicos de pueblo, nos reuníamos en la plaza central a jugar con lo primero que pillábamos. Tan solo manifiesto un cambio radical en esa necesidad vital de comunicarnos, de decir que existimos y de expresar lo que pensamos, lo que sentimos, lo que nos hace un poco más humanos.
Por eso tenemos dos vidas, que cada día son más conjugables y quizás más armónicas. La del contacto de piel, donde la mirada es la reina y señora y la aparentemente más fría que pasa por pantallas digitales cada vez más sofisticadas. Estoy seguro de que poco a poco se irán aunando hasta que se lleguen a fundir, a amalgamar. O tal vez sea nuestra vida real la que llegue a cambiar en sus relaciones y formas de mirar al otro. Vete tú a saber.
Es verdad que llevamos, con esto de Internet, como dos vidas paralelas. Supongo que la una suple o complementa lo que la otra no consigue. Puede ser muy bueno. En la red, descubres muchas cosas que desconocerías sin ella. También aprendes y conoces gente que te parece especial, más, muchas veces que los que te rodean fisicamente. Eso también es un logro. Puedes tener relación de simpatía, afinidades y cariño con personas muy lejanas que no crees que llegues a conocer nunca en persona, pero que están ahí, gracias a tu ordenador. Yo he conocido y puedo considerar más amigos (por muy difícil de creer que resulte esto) a ciertas personas, que otros que me rodean, a un puñado de amigos, a los que quiero, sé que me quieren y se preocupan por mí. Con estas personas, he reído muchísimo gracias a los emails y también he llorado un tanto. Sufres con sus desgracias y te alegras de sus buenas noticias. Algunas están en diferentes partes de España, otras en Nueva York. Tanto dá. Llegas a querer sinceramente, a conocer, a esta gente. Los sientes a tu lado muchas veces a lo largo del día, por que los llegas a conocer y piensas en ellos por diferentes motivos. Eso es muy bueno.
ResponderEliminarLuego está la gente mala. Si existe en el mundo y a nuestro alrededor, también en Internet. Es lo que dices de esas personas que en los foros o simples comentarios de algunos sitios faltan al respeto, insultan y parece que no quieren otra cosa que ofender. Topar con uno de estos indivíduos, puede amargarte el día. Como cuando te sucede al abrir el correo y encontrarte comentarios muy ofensivos, agresivos, faltos de educación, dañinos y siempre injustos y anónimos. Lo de que sean anónimos es muy común. Ayer mismo tuve que "luchar" con uno de un cazador, bastante ofensivo, tanto, como falto de razón. Esa suele ser otra característica. En estos casos, siempre me aconsejan ignorarlos. Sería lo más sensato, pero no me gusta la mala educación de la gente y tengo que decírselo, aunque me tenga que poner a su altura y entonces no me privo. Todo esto es inevitable si tienes un blog. Yo no dejo nunca un comentario negativo a nadie, pues si algo no me gusta, salgo corriendo. Pero si hablas de cosas que pueden indignar a otros, te arriesgas a que esto suceda. Ya sea caza, religión o política. esta gente no te dice que está en desacuerdo con buenos modales, siempre ataca y van a herirte. Nos rodean.
Lo que sí es curioso es que yo hablo, con la gente a través del ordenador y mi blog, de cosas de las que no hablo con los que están a mi alrededor. Por eso, tal véz, estas "dos vidas" paralelas, se complementan.
Me ha gustado mucho tu post y está muy bien expresad, lo cual no es una novedad.
No te aburro más. Perdona la extensión del comentario.
He olvidado darte un abrazo y unos besos a esas dos bellezas.
ResponderEliminarAlberto, nunca aburres. Puedo imaginarme algunos de los comentarios que te hacen determinadas personas por el simple hecho de defender unas ideas y a algunos animales que estás desprotegidos. Forma parte de la vida, como la belleza o la fealdad.
ResponderEliminarEfectivamente, los blogs son un arma poderosa de comunicación. Lo que me gusta de ellos es que son más sosegados que otras formas de expresión por las redes. Nos tomamos nuestro tiempo para escribir, para reflexionar, por lo que en bastantes ocasiones tienen un alto valor en cuanto a sus contenidos. Podríamos decir que los blogs son una pequeña intrahistoria del periodismo. Alzamos la voz, tenemos nuestro rincón para expresar al mundo aquello que sentimos y pensamos. Esto es, desde luego, muy positivo.
Tus blogs son una bendición, Alberto, y desde aquí quiero agradecerte el bien que nos haces. Bien entendido de dos formas: por tu amor y defensa a los animales y por demostrarnos dónde reside una parte de la belleza y elegancia de este mundo.
Otro abrazo, compañero.