Hay personas que nacen con un instinto para espigar la vida. Esto es, saber mirar las cosas, a las personas, los pequeños detalles cotidianos que pasan imperceptibles para el resto.
Los poetas, a modo de ejemplo, son espigadores natos. A un poeta de verdad, de corazón y no de farándula, las cosas se le transforman palabras y ritmo. Ahondan en ellas y les dan chispa, como si fueran herradores del alma. Todo poeta, estoy seguro de ello, lo es desde niño. Tiene un don y un castigo a la vez: el don de la luz, de la revelación, y el castigo de tener que trasvasar por su cuerpo el dolor de los otros.
Los músicos espigan el aire, la persistente sonoridad del tiempo. El misterio, la magia, reside en su plenitud balanceándose entre las ondas de viento y ellos saben rescatarla, y compartirla.
Los escultores atrapan el instante, la materialización de las formas.
Y así, todos tenemos un don. Un don que recogemos de una forma instintiva, a cada paso, tranquilamente, sin esfuerzo. Abrimos los ojos y desplegamos nuestra sensorialidad y recogemos esa materia allá donde se encuentre. Hay personas, por ejemplo, a las que les resulta muy fácil espigar el sentimiento de los demás. Solo con mirar al otro a los ojos saben si se encuentra feliz, o angustiado, o sencillamente necesita un abrazo. Es un arma de doble filo, porque hay personas buenas y personas malas. Pueden usar ese don según les venga en gana, por lo que pueden hacerte un poco más feliz o un poco más desgraciado.
Por lo visto hasta ahora, espigar es sinónimo de vivir. Desde el momento en que nacemos aprendemos a espigar. Pero puede que este sentido se quede adormecido con el paso de los años. En ocasiones, los avatares de una vida nos hacen desentendernos de nosotros mismos y perdemos. Perdemos en sensualidad y en criterio para observar. Una imagen que me conmueve es la de ver a una persona sola en una cafetería, o en un banco, mientras observa cómo viven los demás. La gente que entra y sale, que va y viene en sus quehaceres cotidianos. El observador es como una liebre tras un matorral. Escucha, abre los ojos, y tiene las patas preparadas para dar el salto que le ayude a encontrar el misterio que encierran acciones diarias que, de otra manera, pasarían inadvertidas.
Los diez consejos útiles que se me ocurren y que pueden ayudarnos a despertar del duermevela que a veces nos invade son los siguientes:
1. Frótense la mirada y abran los ojos a los detalles más imperceptibles de nuestro alrededor. En una cafetería, como he señalado, se pueden encontrar actitudes muy interesantes y reveladoras de nuestras conductas.
2. En una conversación aparentemente irrelevante de nuestro vecino, podemos averiguar el latido de muchas cosas que pasan cerca de nosotros. Quiénes están tristes o apesadumbrados o son, por el contrario, felices.
3. Hemos de seguir aprendiendo a escuchar a los otros. Un mal actual es la soberbia de escucharnos a nosotros mismos, de contarnos y recrearnos. Pero, ¿escuchamos con sinceridad a los otros? ¿Sabemos, por tanto, escuchar? Menos yo y más tú, concluyo.
4. Espigar nuestro pasado no es fácil. Puede hacernos daño. Rebuscar cartas antiguas, e-mails, fotografías, encontrar cajas con objetos que creíamos olvidados, nos hacen reencontrarnos con nosotros mismos y con lo que hemos sido. Esta acción nos puede ayudar a entender mejor quiénes somos ahora y lo que probablemente estamos camino de ser.
5. Una buena forma de recolección es espigar a través de un zoom fotográfico. Colocar la cámara en aquellas partes de la vida que nos llamen la atención es un método más que eficaz para capturar un momento de nuestras vidas, sea dulce o amargo. Fotografiamos puertas, fachadas, piedras o laderas. Es lo mismo. Es una recolección del mundo más inmediato que nos rodea y, por ende, una forma de apresar la forma en la que existimos.
6. También podemos espigar cosas muy interesantes en los desechos de los demás. A veces me he encontrado con objetos valiosísimos que habían tirado a la basura. De ahí, con un poco de mano y cierto gusto, pueden pasar a ser objetos esplendorosos que formen parte de nuestras casas. Objetos que nos dicen.
7. Observar la naturaleza. En ella podemos encontrar un montón de sensaciones que nos complementan: sonidos, cantos de pájaros, el viento, la arena, el agua, las piedras…
8. Espigar palabras que nos den ropajes nuevos. La mejor, la palabra caída o azarosa: palabras que leemos desde el coche; palabras escuchadas en la radio que de pronto son una revelación; las palabras del km 32 de la Autopista del Norte: http://www.juancarlosdelosreyes.blogspot.com/2011/07/proxima-parada-km-32-de-la-autopista.html; palabras de los sueños; palabras andantes, en suma.
9. Espigamos el alma de los libros. Es un estado de búsqueda infinito y necesario. Pienso que podríamos vivir perfectamente sin escribir una sola línea en toda nuestra vida, pero no sin el placer que nos brinda la lectura. Lecturas medievales, renacentistas, barrocas o contemporáneas. En la intrahistoria más secreta de los libros florecen campos eternos de cereales que nos dan alimento y calor.
10. Por último hemos de espigar nuestro propio cuerpo. No en una imagen narcisista, sino como una forma de mirar y mirarnos. Nos espigamos las manos, la piel, los pliegues, los límites allí donde termina nuestra existencia corpórea. Es en ese límite donde terminamos y donde a su vez empezamos a existir, en otra dimensión, en el contacto con todo lo demás.
Estos son, en suma, 10 pequeños consejos que nos obligan a estirar un poco más el tiempo y el espacio en el que existimos. Podría haber muchísimos más, claro está, solo es una aproximación. ¿Qué consejo aportáis vosotros para llenar este carruaje de simientes?
Vamos a seguir espigando... aunque la verdad es que como observador soy un desastre, quizás esté muy metido en mi mundo. Voy a seguir algunos de tus consejos, solo algunos, que lo de ir rebuscando por las basuras no es lo mío jajajaja. Besotes!! Manuel.
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