En un país en el que nos movemos por dicotomías excluyentes es muy común el comentario, referido a películas y su relación con las novelas, que prioriza el texto escrito frente a su adaptación cinematográfica.
Es cierto que cuando una novela me ha seducido me da miedo ver su proyección cinematográfica. Miedo, señalo, porque la imaginación en la prosopografía de los personajes, ambientes o lugares, puede aparecer dañada o al menos alterada respecto a lo que fantaseé. Aún así, en muchas ocasiones he visto películas basadas en novelas que previamente había leído, o al contrario.
No nos podemos quedar en el reduccionismo de pensar que siempre la novela es mejor que la película. No. Sucede, pero no siempre. Lo mejor es no compararlas y tratarlas como dos formas de enunciación distintas en cuanto a su naturaleza técnica y artística. Efectivamente, las estructuras a la hora de narrar y de realizar un guion cinematográfico son diferentes. Es imposible pretender abarcar todos los matices descriptivos de la novela en el cine. Pero esto no significa que el filme tenga que ser por necesidad inferior, como vamos a ver en algunos ejemplos.
Lisandro Duque en Cine y literatura como agua y aceite en VI encuentro nacional de críticos de cine. Germán Ossa. Hoyos Editores. Pereira, 2004, señala lo siguiente:
«El lector de una novela establece con ella una relación íntima, irrepetible y solitaria… El espectador de una película, en cambio, está asistiendo entre quinientos desconocidos más, al mismo momento de la historia, en una especie de liturgia colectiva».
Este hecho que apunta Lisandro Duque nos puede dar las pistas de lo que hasta ahora he venido tratando. El lector se siente dueño y señor de su fantasía, dejando volar la imaginación y creándose una imagen muy personal de aquello que va leyendo. Por lo tanto, podríamos entender que un director de cine y su guionista no son nadie para romper con lo que habíamos fantaseado desde la soledad de la lectura. Es como si el director se inmiscuyera en nuestra imaginación. La literatura es abstracción; el cine concreción de la idea.
Pero ello no quiere decir que no se pueda llevar a imagen un universo narrativo. Solo tenemos que aprender a verlo desde esa otra óptica, tan nueva, que es el cine. No en vano, la literatura le lleva muchos siglos de ventaja y eso, lo queramos o no, puede estar dentro de nuestro subconsciente colectivo. El escrito, por otra parte, piensa palabras, metáforas, conceptos abstractos difíciles de visualizar, pero no se sentir. El cine piensa imágenes y hace de puente entre la idea y la representación. Este último aspecto es complicado. Y he ahí la delicada labor de todo guionista cinematográfico. ¿Es imposible? En mi opinión no, no lo es.
Dos ejemplos de novelas que han sido llevadas a la gran pantalla de una manera sublime son Las horas y El lector. Las dos adaptaciones son dirigidas por Stephen Daldry. La novela Las horas (The hours) está escrita por el estadounidense Michael Cunningham y El lector (Det Votleser) por el alemán Bernhard Schlink.
El respeto de los textos es bastante escrupuloso. Pero no es por ello por lo que me maravillan los filmes señalados. Siendo las novelas magníficas obras literarias, cada una en su estilo y temática, las películas ahondan en los personajes, los matizan y les dan vida en imagen.
Las horas es una película compleja con la superposición de tres historias y tres momentos cronológicos. Me parece impecable la labor de montaje, de unión de las tres mujeres protagonistas con un sustrato en común: la soledad e incomprensión en un mundo que les resulta hostil. Esa soledad, desesperanza y amor por la belleza las aúna y les hace formar parte del mismo universo, pese a las diferencias históricas que a cada una les toca vivir.
La novela arranca con un «Todavía hay que comprar las flores», matiz este con el que se inicia la película en la presentación de sus tres protagonistas: Virginia Woolf, Laura Brown y Clarissa Vaughan. Se entreteje en el film esta idea de la búsqueda de las flores de una forma tan armónica y natural que la consideramos parte integrante de la historia. El guionista, con esta primera frase de la novela ha creado otra forma de decirlo, elegante, artística y significativa a su vez. Con este ejemplo, lo que pretendo argüir es precisamente algunos de los puntos expuestos hasta ahora: la novela crea un universo, el cine otro, y ambos pueden ser conjugables, reconciliables en una u otra forma de narrativa.
La película El lector da vida a unos personajes con unas circunstancias muy especiales. La fotografía tratada, la lentitud de algunas de las secuencias me envuelven, de la misma manera que el libro, en ese estado incandescente que provocan el dolor y los secretos de los demás. Si disfruté con la novela, también lo hice con la película. Kate Winslet, Ralph Fiennes y David Kross dan vida a Hanna y Michael Berg, los protagonistas de la novela de Schlink y no desmerecen de los imaginados. Les ponemos un rostro, es cierto, pero sus interpretaciones están tan contenidas, son tan serenas que me parece que del libro saltaron a la imagen de la pantalla y son lo mismo. Sufrí con unos y con otros, hasta que poco a poco el secreto, el misterio que guardan sus protagonistas se va revelando en voces, letras, imágenes, en suma. En este caso, y según mi opinión, libro y adaptación cinematográfica (hecha por David Here) se acompasan como las olas y la arena de una playa. Es delicado el equilibrio, pero se consigue.
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