viernes, 23 de septiembre de 2011

Séptima y última espiga del verano: Detalles

Cuando siembras, recoges, dice el refranero. Y lo que es mejor, podemos recoger todo aquello que nos apetezca, que nos diga algo, que nos haga sentir más reconfortados en nuestro paso.
Ver el detalle, el jardín secreto que se esconde detrás de las cosas, es una de las formas más baratas que conozco para disfrutar del momento. Hoy ya es oficial, ha llegado el otoño y de esta forma se transformarán los paisajes y las miradas. Las madreñas salvarán espacios en la dura y fatigosa faena de los campos, los geranios apagarán su voz, colorida, de forma intermitente y las manzanas pasarán a fermentar su dolor en un exquisito licor que nos hará, sin duda, entrar en calor.
Esta vida está conformada de detalles y de esquinas que atrapan los ángulos de nuestras existencias. Solo somos lo que sentimos, y lo que sentimos es fruto de saber apreciar ese instante fugaz de lo imperceptible para muchos. Por eso somos únicos. Nuestros ropajes son tan exclusivos que están diseñados a medida, alta costura para algunos, andrajos para otros.
En este otoño descubriremos nuevos matices que nos hagan saber dónde estamos y cómo nos sentimos. Para ello solo hace falta saber abrir los ojos de par en par. Bienvenidos, por tanto, al otoño.


sábado, 17 de septiembre de 2011

Sexta espiga del verano: la mimesis.


Según Sócrates la escultura y la pintura no producen objetos que se den de forma natural, sino que tratan de imitar seres u objetos de la naturaleza. En Recuerdos de Sócrates de Jenofonte, en su diálogo con el pintor Parrasio y según el procedimiento inductivo que hace decir al artista lo que hasta entonces desconocía o lo guardaba en el inconsciente, Sócrates mantiene lo siguiente:

«¿Es, Parrasio —le dijo—, la pintura una reproducción de las cosas que se ven? Que así es, por ejemplo, que los cuerpos hondos y salientes, los oscuros y los luminosos, los duros y los blandos, los ásperos y los lisos, los jóvenes y los viejos, los imitáis vosotros representándolos por medio de colores».

«Verdad es como dices», respondió.

En estas palabras observamos cómo la imitación de las bellas artes es lo que las distingue de otras técnicas de carácter no representacional. Esta idea de la imitación germinada ya en Sócrates, va a ser consagrada en la estética de Platón y Aristóteles, aspecto fundamental en cualquier teoría artística desde la tradición hasta la actualidad.

Sócrates quiere distinguir el arte (escultura, pintura, literatura) de otras actividades que en el mundo helénico eran consideradas como arte. Según Sócrates, estas actividades (zapatero, herrero…) crean objetos inexistentes en la naturaleza frente a la pintura, escultura o literatura qué sí existen en la naturaleza.

De esta manera se entiende la concepción del arte como mimesis o imitación de la relación de semejanza entre una obra artística y el mundo exterior. Además, es interesante añadir que para el griego el arte no ha de ser una reproducción o repetición exacta de la realidad, sino que este ha de operar un proceso de abstracción e idealización. Intuimos en este pensamiento socrático que en el arte no solo hay una imitación de lo externo (formas, colores…) sino también de lo interno (sentimientos, pasiones…).

Esta pequeña introducción de lo que supone esa mimesis o imitación de la realidad, de la naturaleza, me vino de lleno a la mente cuando capté una fotografía de un paisaje mientras un pintor captaba, a su vez, la esencia del mismo paisaje: sus formas, colores y profundidad.




Me resultó curioso cazar al cazador a través de un nuevo bucle artístico al hacerle una foto. De esta manera tenemos una triple perspectiva: la de la naturaleza (que poco o nada le falta para ser un locus amoenus), la del artista que atrapa fielmente esa naturaleza y la del fotógrafo que captura el momento de la creación y la re-creación.

Rescato la siguiente cita de R. Gabás en Estética. El arte como fundamento de la sociedad, por ajustarse al planteamiento que he seguido:

«El arte es la imitación verosímil de la realidad. El artista puede jugar cuanto quiera con su fantasía creadora, pero no tanto que desaparezca de ella su referencia al mundo, a la sociedad y a la humanidad».

De estas palabras se deduce esa representación de la realidad por parte del artista, sea más o menos fiel a lo que se contempla o se siente. Podría haberlo hecho de otra forma, con otras técnicas u otra visión del paisaje pintado, pero la realidad estaría ahí. Tal vez el arte, como señala Platón, solo sea un engaño para los sentidos. Dulce y bienvenido engaño, concluyo.

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Nota: estas fotografías han sido tomadas en la Playa de Arnía (Cantabria). Más tarde descubrí que el pintor se llama Alberto Quevedo. Le agradezco su colaboración en formar parte de este pequeño cuaderno de espigas. Os dejo las páginas de su blog: www.artemont.blogspot.com

viernes, 16 de septiembre de 2011

Quinta espiga del verano: las puertas.

     Muchas veces me he sentido atraído por las puertas. A veces es mejor dejarlas cerradas, como si no se les permitiera la voz. ¿Para qué atravesarlas si somos desconocedores del interior y lo que hay detrás puede llegar a hacernos daño? Cuando tomamos la suficiente confianza puede que entonces queramos dar ese pequeño paso de lo ignoto y acercarnos a otro mundo posible. Pero de momento me conformo con la puerta en sí, como símbolo de esa bisagra que separa lo sabido de lo desconocido.

Tenemos puertas que abren abismos, otras que cierran la esperanza. De momento y a la espera de algo mejor, me quedo contemplando las puertas que me he ido encontrando este verano por si en algún momento tengo la necesidad de traspasarlas.





Cuarta espiga del verano: los animales.

     Desde que tengo uso de razón siempre he estado rodeado de animales. No me refiero solo a la especie humana, que también, sino a esos otros seres que pululan a nuestro alrededor y que no todo el mundo sabe apreciar, o mirar.

No entendería este mundo sin la presencia de animales a mi alrededor. Sería como una película de ciencia ficción si viviéramos solamente los humanos. Se perdería, en suma, la esencia de nuestra llamada humanidad. No seríamos lo mismo, seríamos otra cosa distinta, sin duda.
Este verano me he encontrado, como es habitual, con la inocencia de los terneros, los caballos, las ovejas o los burros. De nuevo me ha sorprendido el vuelo de las aves y la proclama de su libertad. Incluso me topé con una mantis religiosa y la extrañeza de su anatomía.
A poco que nos detengamos a pensar, cualquier tipo de animal ha sido compañero fiel en nuestra vida desde que éramos niños. Desde los cuentos infantiles hasta novelas que hemos leído ya de adultos han sido piedra angular que nos han conformado. 
En El Principito los animales son esenciales para la historia del pequeño héroe perdido en su peculiar planeta: corderos, zorros, boas, elefantes… Los cuentos de la tradición nos muestran lobos, ratones, gatos o perros que se han confabulado con nuestra infancia. De mayores hemos asistido a lecturas como las de Miguel Delibes en las que los animales son personajes consustanciales a la historia: hombre, paisaje y animal crean un círculo férreo y estrecho en su poética narrativa.

Recuerdo con intensidad los documentales de Félix Rodríguez de la Fuente, que fue el que nos abrió la puerta a otros seres que nos resultaban extraños y lejanos, pero no por ello menos interesantes que aquellos otros con los que convivíamos. Félix nos brindó la oportunidad de aprender a saber mirarlos de otro modo, como parte intrínseca de nuestra naturaleza. Nos mostró que existe un delicado equilibrio que si lo rompemos por nuestra vanidad las consecuencias pueden ser devastadoras.


Hoy día los documentales son mucho más sofisticados. La tecnología ha puesto al alcance de la naturaleza el hecho de poder observarla tan de cerca que parece que la humedad, la lluvia o el árido desierto se entremezclan en la pantalla de tu televisor. La serie documental Planeta Tierra de la BBC es una mirada a los distintos entornos naturales más que recomendada. De hecho, ha sido descrita por sus creadores como «a mirada definitiva en la diversidad de nuestro planeta». Las imágenes que muestran la serie documental son más que recomendables; son un salto a otros mundos posibles que existen dentro del nuestro. Es una pequeña obra maestra en esa conjunción entre la mirada del hombre y el espacio que le rodea.

Dejemos la puerta abierta a la contemplación de ese otro Reino en donde la maravilla se puede llegar a realizar.









miércoles, 14 de septiembre de 2011

Tercera espiga del verano: el ternero.

   Para Conchi, defensora y amante de los animales


     No puedo mostrar una foto que me produzca más ternura que la de un ternero mamando de la ubre de su madre. Si se observa la fotografía se ve la mirada de felicidad ante el ansiado néctar de la vida. El ternero chupa con devoción y con placer en este nuevo alimento para él. Capté de casualidad ese instante que me emociona cada vez que lo miro. Es la delectación, el placer de sentirse vivo y acompañado de la madre, la inocencia. No hay locura, ni violencia ni tortura. Tal vez llegue más tarde, pero en ese instante el ternero se aferra a la vida y la disfruta de tal modo que muchos quisiéramos.

Estos días pasados hemos tenido que asistir a la crueldad del hombre y a su sadismo en el llamado Toro de la Vega. No voy a entrar en las lindes de la ira que tal ensañamiento me produce, solo destacar que es en la mirada de este ternero en donde quiero dejar mi sentir y mi sensibilidad. La vida, en ocasiones, es tan hermosa...

Segunda espiga del verano: las marismas de mi pueblo

      Un arca de Noé a orillas del Mar Cantábrico. Nacer arropado de la majestuosidad de las marismas te abre un mundo a nuevos viajes ya desde la infancia. Estas marismas tienen secreto bajo su balsa, custodiado por especies de aves que nos recuerdan que todos migramos y que las echaremos de menos. Cambian. Las marismas dan la vuelta en cada estación y nos enseñan a mirar otras latitudes posibles. Un mundo en miniatura se descubre en cada rincón, en cada paso que das, hasta que poco a poco te adentras en el secreto: La belleza del saber mirar, los tesoros del mar aún por crecer. Un mundo latente por salir a la luz bajo la infatigable balsa, los vuelos de las grullas, los correlimos, las garzas, fochas o ánades.

3866 hectáreas de belleza se muestran al viajero, como perlas diseñadas por una naturaleza caprichosa en ensalzar su patrimonio. Estas marismas constituyen una ventana a los viajeros pintores, a los poetas, a los amantes del senderismo, a los gastrónomos, a los fotógrafos, o simplemente a aquellos viajeros que se dejan seducir por paisajes que miran y sienten como propios.



 
                                                                                              



                                                                                                                                                          

Primera espiga del verano: La Playa de la Arena (Isla)

Mi modo de mirar este entorno roza lo sagrado. Creo que este es mi rincón esencial, en donde soy y me encuentro. Un lugar en el que la ría se confunde con el mar y te deja la arena en la ribera, desde donde contemplas ese fluir del tiempo acompasado con la serena cristalería del agua. Siempre que voy Manrique y sus Coplas se me vienen a la mente, dejando ese sustrato de melancolía al sabernos perecederos y frágiles. Aún así, cuando llego y me dejo vencer en la arena, encuentro sentido a la existencia y recobro el valor de la belleza y de la armonía.




Rincones de verano 2011

Cuando te vas haciendo mayor te das cuenta de que veranos como los de antes ya son una quimera. Aquellos veranos tirados al sol, la mayor parte de las veces sin protección solar y sin más horizonte que pasarlo bien; el rezo para que el día siguiente hiciera bueno y te permitiera vivir otro día como el pasado. Recuerdo que mi tiempo se iba en mi querido norte en pescar con aparejo (la caña era un lujazo), desplegar la toalla en la playa y montar en bicicleta. Todo lo demás no importaba. La cena, que rezumaba a veces sardinas, a veces salchichas y huevos, se convertía en un protocolo frente al televisor, en un tiempo en el que todos veíamos lo mismo con la misma sensación de plenitud y alborozo. Si llovía te buscabas la vida para pasarlo bien, yendo al monte, leyendo Los Cinco tumbado encima de la cama o haciendo alguna que otra jugarreta por el pueblo.
Cuando eras pequeño nadie te entretenía. Nuestros padres ni siquiera intuían que quizás podrían hacerlo. Nos conformábamos con que la cena estuviera preparada a una hora prudente, cuando el hambre ya hacía mella, y que te compraran un bañador o te dieran veinticinco pesetas para pasarla de madre.

Este verano de 2011 ha sido bien diferente. Creo que me he refugiado en mi cámara fotográfica y he contemplado de nuevo mi norte desde ella. No tengo ninguna noción sobre hacer fotografías, solo lo que la sensibilidad del momento me empuja a atrapar determinada parte de la vida que en ese momento me rodea. Si bien no podría decir que he disfrutado del verano como antaño, también es necesario decir que ahora tengo más matices que pueden llegar a conformar mi estructura. Más intelecto no quiere decir más sensación, por lo tanto.

De esta forma, como espigas desordenadas, me he encontrado con lugares reconocidos desde mi niñez que me hacen inmensamente feliz. Recogeré en los siguientes escritos todas estas esquinas de mi mundo que comparto y que os ofrezco como la lluvia le ofrece a la tierra su bendición.




domingo, 11 de septiembre de 2011

Matices

     El ser humano es capaz de distinguir miles, millones de colores según he leído. Sin embargo necesitamos de etiquetas que definan el mundo y por lo tanto a nosotros mismos y nuestra particular manera de mirar la vida. Nos movemos, en numerosas ocasiones entre dos polos excluyentes con todos los matices que puede haber detrás.

Recuerdo hace unos meses, con una amiga asturiana, con mi amiga Natalia, que jugamos como los niños a definir esos dos desdobles de la realidad de las cosas. Fue muy divertido. Así, yo por ejemplo decía “pera” a lo que ella respondía “manzana”. Fuimos mucho más lejos: gato/perro; café/té; Coca-cola/Pepsi; Nocilla/Nutella; otoño/primavera; pescado/carne; sol/luna; playa/montaña; rubio/moreno; prosa/poesía; cine/teatro; yin/yan; ópera/zarzuela; mar/río; derecha/izquierda; ciencias/letras; blanco/negro; rico/pobre...

Este, como he señalado, era un juego infantil. Lo pasamos de madre yendo tan lejos que casi alcanzamos el delirio. Nosotros éramos, sin embargo, conscientes del reduccionismo que estábamos haciendo. Pero era tan solo eso, un juego.

El problema viene cuando en el día a día seguimos anclados en esa simpleza de las dicotomías excluyentes y reduccionistas. Si observamos un poquito, nos damos cuenta del daño que nos puede hacer a todos esta estrecha forma de ver la vida por lo poco enriquecedor que es al no contemplar otros matices.

En los terrenos de la política, a modo de ejemplo, parece ser que una gran parte de la sociedad española solo ve dos opciones: la del PP o la del PSOE. Mucha gente no piensa o no quiere pensar en que existen más partidos que pueden defendernos igual o mejor que estos dos elefantes que mueven la macroeconomía del país. Esto es lo que se está reivindicando desde el necesario 15M, es decir, que sepamos ir más allá en cuanto a ideario político y rompamos esa barrera tan férrea que se ha creado y consolidado. No creo que sea bueno moverse en este simplismo político.

Uno de los peores lastres que ha tenido la historia de la humanidad ha sido el racismo, por argüir otro ejemplo. Parece que se decía: los blancos con los blancos y los negros con los negros. El tiempo ha demostrado que todas las barbaries cometidas han sido estériles, porque aún permanecen anclados tintes racistas entre muchos de los que a diario nos rodean, se ha dado un salto de gigante al estar permitidas las uniones. Las relaciones de amistad o de amor son más o menos aceptadas (depende del país del que hablemos, claro está) superando con ello el triste escollo de la sinrazón dominante en siglos pasados.

A pesar de los infinitos matices que caracterizan al ser humano y a sus extrañas relaciones sí que puede existir una etiqueta que nos diferencie; esta es la de gente buena y gente mala. De la misma manera que existe la bondad también la maldad y crueldad más absolutas crecen por doquier. Sin embargo, es en esa bondad y en esa maldad en donde continuamos encontrando distintas perspectivas y detalles.

Todos somos personas contradictorias. Tenemos aspectos positivos y negativos, y aquel que lo niegue es que se ha ensoberbecido en el valle de la omnipotencia y vanidad. Son precisamente los matices lo que nos caracterizan, porque por lo demás somos muy semejantes los unos con los otros. Buscamos en esencia lo mismo: encontrar un hueco que nos defina en nuestra existencia, querer ser y encontrar la relativa felicidad. La diferencia estriba en que es en esa búsqueda en donde unos lo hacen con honestidad y buen sentimiento y otros no desperdician su tiempo en mostrar el lado más amargo y cruel del ser humano.

La belleza, leí una vez, es poética. Seamos entonces poesía y hagamos de nuestras vidas algo poético, sin pretender reducirnos a simples etiquetas que lo único que hacen es consolarnos en un intento fallido de explicación de nuestras estructuras.